"Como sanar a los ciudadanos se ha convertido en un enorme negocio, se le hace necesario crear “espectáculos”, con al parecer nuevas enfermedades que requieren nuevas píldoras, que al curar unos síntomas provocan otros que a su vez exigen píldoras y así se inauguran cadenas de males que convierten al cuerpo de los individuos en un festival de achaques, para prosperidad de los médicos, que cosechan los billetes con aires de solemnes magos".
Alejandro Jodorowsky
La siguiente fábula quizás pueda ilustrar esta plaga:
Mucho tiempo le costó a aquel rey convertirse en padre. Tuvo su primera hija a los cincuenta años. La niña creció convirtiéndose en una hermosísima mujer. A los veinte años fue aquejada por un mal misterioso que nadie pudo curar. El monarca, desesperado, mandó llamar al médico más famoso del reino. Apenas el sabio llegó a la ciudad, una comitiva lo transportó al palacio, en palanquín de oro. El importante galeno se acercó a la princesa dormida, la examinó con mil y un aparatos, consultó sus libros, caviló, se paseó y al cabo de tres días le dijo al rey: “A su hija le queda sólo un año de vida.
Está enferma del mal de Atomangabin, producido por el parásito Garunum. Con una píldora de espirodorum-tiránicominodeisal, puede curarse”.
Y el rey preguntó: “¿Dónde puedo comprar esa píldora?”
El sabio contestó: “¡No existe en el mercado, hay que fabricarla!”
“¿Y cómo se fabrica?”, dijo el rey.
“¡Tenemos que construir un laboratorio con alastrike gigante, ciclotrán, palangas de orión, tubería hipestinal, calderas prungiformes y paredes de solotere!”, respondió el sabihondo.
El rey, aturdido con tantas palabras incomprensibles, exclamó: “¡¿Y cuánto tardaremos en construir eso?!”
El célebre estudioso calculó intensamente: “¡En cinco años, apresurándonos y con turnos dobles, podremos terminar!”
“¡Pero mi hija tiene un año de vida! ¡Morirá antes!”
“¡Lo siento, sin el laboratorio la salvación es imposible! ¡Si no hay píldora, nada puedo hacer!”
El rey se puso a llorar. ¡Para qué le servía ese cerebro enciclopédico si con tanto saber no podía curar a su hija!
… El más humilde de los doctores del pueblo, que no había sido llamado por no tener diploma, le rogó al rey que le permitiera dar a la princesa un jarabe hecho de hierbas silvestres. El monarca, por desesperación, accedió. Apenas bebió el jarabe, la princesa despertó sintiéndose bien. El famoso galeno, con los bolsillos vacíos, abandonó el reino despreciando su cultura por usar remedios primitivos. El simple doctor fue recompensado.